
En 1993, Mortenson regresaba de un intento fallido de alcanzar la cumbre del K2. Exhausto y desorientado, acabo desviándose del camino de descenso, y alejándose del su grupo, para vagar perdido por una de las zonas más desoladas del norte de Pakistán. Solo y sin comida, agua o una tienda en la que protegerse, se encontró de pronto en una pobre aldea pakistaní, donde le cuidaron hasta su recuperación.
Mientras se recuperaba, vio como los ochenta y cuatro niños de la aldea, sentados a la intemperie, estudiaban sus lecciones escribiendo con un palo en el suelo embarrado. El pueblo era tan pobre que no podía permitirse el precio de un dólar diario que supone el salario de un profesor local. Antes de regresar a casa, Mortenson les prometió volver, y construir una escuela.
De aquella promesa nació una de las campañas humanitarias más increíbles de la historia: la misión de un solo hombre de luchar contra el extremismo y el terrorismo construyendo escuelas, especialmente escuelas para niñas, en el país que vio nacer y alimenta a los talibanes.
Mortenson no tenía ninguna razón para creer que acabaría cumpliendo su promesa. En sus primeros intentos de recaudar dinero escribió quinientas ochenta cartas a famosos, empresarios y personajes relevantes en Norteamérica. La única respuesta que obtuvo fue un cheque por valor de cien dólares que le envió el presentador de la NBC, Tom Brockaw. Después de vender todas sus pertenencias consiguió solamente dos mil dólares más. Pero su suerte empezó a cambiar cuando un grupo de estudiantes de River Falls, Wisconsin, donó seiscientos veintitrés dólares que habían conseguido recaudando los centavos que los mayores desechaba. Los niños hicieron que los mayores tomaran a Mortenson un poco más en serio. Doce años más tarde, el Central Asian Institute ha construido ya cincuenta y cinco escuelas.
Mortenson y David Relin han escrito una maravillosa historia sobre increíbles logros en una zona del mundo donde los americanos son temidos y odiados. En su camino por lograr su objetivo, Mortenson ha sufrido un secuestro, amenazas de muerte, fatuas emitidas por mullahs enfurecidos y largas separaciones de su mujer y sus hijos. Aun así, los resultados hablan por si solos. El año pasado, en las escuelas del CAI estudiaban 24.000 niños.
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